La complejidad de los sentimientos no ha sido, tradicionalmente, materia
apta para la alta joyería. En este caso, como en el de los bombones,
funcionan mejor las premisas simples y blancas. La fría belleza de las
tiaras principescas refleja una profundidad emocional comparable a la de
una piscina infantil. La muerte, el miedo, la lujuria, el delirio o la
rabia que en realidad esconden las joyas raramente se dejaba sentir, en
el pasado, en su inmaculada superficie. Esa clase de emociones se
ventilaban en el interior de las alcobas en las que se regalaban, se
acariciaban o se contemplaban entre sollozos. Una nueva generación de
joyeros, en la que destaca Victoire de Castellane, ha contribuido a que
las joyas se hayan arrancado el corsé de los cuentos de hadas.
La prueba de hasta qué punto ha impulsado esta diseñadora la
narrativa de su oficio llegó en primavera de este año. Una serie de
piezas, a medio camino entre las alhajas y las esculturas, fueron
expuestas en la sede parisiense de la galería Gagosian, acaso la más
importante del mundo del arte. La exposición Fleurs d'excès (flores
de exceso, en un título llamado a evocar a Baudelaire) se convertía en
la primera ocasión en la que De Castellane firmaba con su nombre en
lugar de hacerlo para una marca. Pasó 14 años en Chanel y desde 1998
trabaja en Dior, la casa desde la que ha revolucionado el sector. Las
fantasías narcóticas y eróticas contenidas en aquellas inclasificables
obras son una extensión -más salvaje y provocadora- de la fantasía que
se ha convertido en símbolo de la alta joyería de la casa francesa. Su
apuesta por referencias que cuestionan la noción del buen gusto -más
cercanas a los musicales de Hollywood que a la tradición de las casas
reales- ha generado una legión de copias y ha acercado las venerables
vitrinas de Place Vendôme a la estética de las calles de Tokio. Puede
que las piezas de la galería Gagosian se vendieran como objetos
artísticos y las de las tiendas Dior sean productos comerciales, pero su
frontera conceptual está cubierta por la bruma.
Ciertamente, es difícil que
referencias tales como "una pareja que practica el sexo, desinhibida
por el consumo de éxtasis" sean alguna vez materia apropiada para Dior.
En cambio, su última colección mayor para la firma, Le Bal des
Roses, se inspira en la alta costura y en los bailes que se celebraban
en París en los años cincuenta. Sin duda, un terreno más convencional.
Pero, hablen de delirios psicotrópicos o de encajes, sus creaciones
comparten la capacidad de sacar oscuridad de la fantasía y mezclar lo
sublime con lo grotesco. Es fácil comprender la filosofía estética de
Victoire de Castellane cuando uno entra en su estudio, atestado de bolas
de nieve con los personajes de las películas de Disney. Es el despacho
en el que Alicia trabajaría si se hubiera quedado para siempre al otro
lado del espejo.
"Los pétalos de estas rosas reproducen la
suavidad del satén, y las piedras que los cubren emulan los bordados",
dice acariciando las 12 piezas únicas que componen Le Bal des Roses,
vendidas a coleccionistas en cuestión de semanas. De Castellane se tomó
mucho más tiempo para elaborarlas: han pasado cuatro años desde que
firmara una propuesta de estas características para Dior. Entre tanto,
ha creado líneas de mayor difusión -y menor precio- para la firma. Un
modelo de negocio parecido al de la ropa, donde las colecciones de alta
costura dan la imagen, y las de prêt-à-porter, los beneficios.
"Es bonito tener tiempo para desarrollar ideas en estos días", afirma.
Tal vez porque la creación de estos anillos, collares y pendientes ha
corrido en paralelo a la de la exposición, están exentos de la tóxica
sensualidad de las flores venenosas que protagonizaron la línea
Belladone Island en 2007. Estas piezas resultan más románticas y menos
perturbadoras.
Casada dos veces, madre de cuatro hijos y amante de
los vestidos de Azzedine Alaïa, Victoire de Castellane lleva el
hedonismo en los genes. Hasta el punto que ella y su hermana Mathilde,
como una broma privada, tuvieron un cameo en la película María Antonieta. Es
difícil relatar su historia familiar sin recalar en su extravagante tío
bisabuelo, Boni. Nacido el día de San Valentín de 1867, Boni de
Castellane fue una encarnación legendaria de la fantasía del dandi. Se
casó con una rica heredera estadounidense y gastó 10 millones de dólares
de la época gracias a un tren de vida desmedido. Incluía un palacio
rosa en el que se celebraban las fiestas más opulentas de la belle époque, a
las que acudía Marcel Proust. Para rematar el literario periplo, la
esposa de Boni se fugó con un primo y terminó desahuciado. Su caso se
utiliza para entender la mezcla de fantasía, exceso y delirio que se
filtra en las creaciones de Victoire.
Ella admite que los fundamentos de
su estilo están vinculados a su biografía. "Fui una niña solitaria y
con mis trabajos siempre estoy reparando algún daño de mi infancia",
cuenta. El estallido de vida que domina en sus obras habla, sobre todo,
de la fragilidad y el miedo a la muerte que le acompañan desde pequeña.
Sus padres se separaron cuando tenía tres años y quedó al cuidado de su
abuela. Para escapar de la traición paterna y sumergirse en la fantasía,
Victoire se dejaba deslumbrar por el cegador brillo de las exageradas
alhajas de su otra abuela, Sylvia. Casada con un heredero del cognac Hennessy, contaba a Barbara Hutton entre sus mejores amigas y compartía con ella la afición por las piedras de alto voltaje.
La
primera creación de Victoire se remonta a los cinco años, cuando su
madre le regaló un brazalete para tratar de reconquistar su afecto. Lo
convirtió en unos pendientes y desató su ira. A los 12 fundió las
medallas de su primera comunión para moldear un anillo. El estricto
uniforme que llevaba en el colegio Lubeck -donde también estudió su
amiga Cécilia, la segunda esposa de Nicolas Sarkozy- alimentó su gusto
por la experimentación con los accesorios.
Esa vocación aventurera
explica, tal vez, que una creadora autodidacta haya triunfado en un
oficio tan regio. Inicialmente fue una apuesta de su tío Gilles Dufour,
mano derecha de Karl Lagerfeld, y quien la llevó a Chanel en los años
ochenta. Pero quien más fuerte se la jugó fue Bernard Arnault. La sacó
de Chanel y le dio libertad para crear la división de alta joyería de su
marca favorita. La forma en que ella ha incorporado complejidad al
cuento de hadas ha superado las expectativas. ¿Qué necesita una mujer
para contar su historia? La independencia económica y personal que cita
Virginia Woolf en Una habitación propia y un anhelo expresivo que
trasciende épocas y disciplinas. "Lo que más me interesa son las
mujeres. El universo femenino es mi principal inspiración", apunta. "Mis
joyas son como mujeres. Cada una tiene una historia. Les ocurren cosas y
quiero que transmitan lo que les pasa y, sobre todo, lo que sienten".
Eugenia de la Torriente
El País
18 de diciembre de 2011
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